Galope sobre la arena de Itzurun

Galope sobre la arena de Itzurun

El sonido del mar se mezcla con los cascos golpeando la arena húmeda. Es un ritmo salvaje, primitivo, casi sagrado. En la playa de Itzurun, los caballos no solo corren, vuelan. Se elevan brevemente sobre la tierra como si intentaran vencer al tiempo, al viento, a sí mismos.

En sus lomos, los jinetes son pura concentración, pura tensión contenida. Sus cuerpos se inclinan, se funden con el animal, y por un instante son uno solo. Es una danza de velocidad y fuerza frente a un mar que observa, eterno, indiferente y hermoso.

La gente observa desde las gradas improvisadas sobre la roca, aplaudiendo, gritando, viviendo cada zancada como si fuera la última. Y yo, con la cámara en las manos, solo intento detener el tiempo. Congelar ese segundo en el que la adrenalina estalla, en el que los músculos tiemblan y los ojos brillan.

Esta carrera, que se celebra cada año durante las fiestas de San Telmo en Zumaia, es mucho más que una competición. Es una celebración viva de la tradición, una forma de rendir homenaje a la historia marinera del pueblo desde el galope sobre la arena, frente al Cantábrico.

Es el latido de un lugar que ama sus raíces y las viste de mar, de cielo y de pasión.

Atardecer en Barrika

Atardecer en Barrika

Uno de los lugares más mágicos del País Vasco para despedir el día es, sin duda, la playa de Barrika. En esta época del año, las rocas afiladas que emergen de la arena están cubiertas por una capa de algas verdes que, al atardecer, adquieren un brillo especial bajo la luz cálida del sol poniente. Caminando entre las formaciones rocosas y los charcos que se forman con la marea baja, uno tiene la sensación de estar en otro planeta. Este momento, justo cuando el sol toca el horizonte y las sombras se alargan, es perfecto para detenerse, respirar hondo y simplemente contemplar.

La primavera en casa

La primavera en casa

La primavera llega sin hacer ruido, pero lo transforma todo. En el jardín de mi padre, cada rincón se llena de vida: los árboles frutales se despiertan con brotes de colores intensos, las flores se abren en silencio y las abejas empiezan su incansable labor, zumbando de flor en flor con precisión y dedicación. Observar este ciclo desde tan cerca —ver cómo unas simples flores anuncian el nacimiento de frutos, o cómo una abeja se detiene apenas un segundo sobre el romero— es un recordatorio de la belleza contenida en lo cotidiano. Cada detalle es una promesa de lo que vendrá, una celebración natural de la vida que sigue su curso.

Lofoten: un sueño de luz en pleno invierno

Lofoten: un sueño de luz en pleno invierno

Durante años, soñé con ver la aurora boreal en Lofoten. Era una de esas ilusiones que se va tejiendo despacio, entre imágenes de paisajes imposibles, relatos de otros viajeros y una necesidad casi visceral de experimentar esa magia por mí misma, a través de la fotografía. Y por fin, del 1 al 7 de febrero de 2025, ese sueño se hizo realidad.

Viajé a las islas Lofoten, en el norte de Noruega, junto a mi pareja. Lo hicimos de la mano del fotógrafo Javier Alonso Torre y su ayudante José López, en un grupo formado por otros nueve fotógrafos venidos de distintos rincones de España, e incluso de países tan lejanos como Argentina. Un grupo heterogéneo y entrañable que pronto se convirtió en una pequeña familia aventurera, unida por la pasión por la imagen y la naturaleza.

Lofoten nos recibió con todo lo que tenía: frío, nieve, viento… pero también con momentos de calma, de luz suave al atardecer, reflejos perfectos en lagos congelados y cielos despejados en las dos primeras noches, cuando pudimos contemplar —por fin— la ansiada aurora boreal.

Ver ese velo danzante de luz verde y púrpura sobre las montañas nevadas fue una de las experiencias más emocionantes que he vivido. La emoción era colectiva. Nadie decía nada, pero todos estábamos allí, cámara en mano, con los ojos y el corazón bien abiertos. Para muchos era la primera vez que la veían. Y el cielo nos regaló un espectáculo inolvidable.

A pesar de las inclemencias del tiempo, salimos a fotografiar cada día. Recorrimos los rincones más emblemáticos de Lofoten: Reine, Hamnøy, Flakstad, Uttakleiv, Haukland, Skagsanden… pero también descubrimos pequeñas joyas en rincones menos conocidos. Algunas escenas eran de postal, otras, pura melancolía nórdica: casas aisladas entre la niebla, árboles solitarios junto a un lago helado, iglesias que parecen sacadas de un cuento.

Cada lugar nos ofrecía un desafío fotográfico distinto, y a la vez, una conexión profunda con el entorno. Aprendimos a leer la luz y a soportar el frío, a encontrar belleza incluso en los días grises, y a respetar el ritmo pausado y salvaje de estas tierras del norte.

He querido reunir aquí una pequeña selección de las muchas imágenes que capté durante este viaje. No solo muestran paisajes, sino momentos vividos, emociones compartidas y la magia de un sueño cumplido. Espero que, al verlas, podáis sentir un poco de esa luz —a veces tenue, a veces deslumbrante— que nos acompañó durante esos días.

Lofoten fue, para mí, mucho más que un destino fotográfico. Fue un viaje al alma de la naturaleza, a la belleza del silencio y al calor de la camaradería en medio del frío. Un viaje que, sin duda, no olvidaré jamás.

Barrika – Amanecer entre rocas y niebla

Barrika: Amanecer entre rocas y niebla 

Cada invierno, la costa de Barrika se transforma en un escenario casi irreal. A finales de enero, cuando el frío aún se aferra al aire y el sol apenas comienza a asomar tímidamente por el horizonte, la playa se envuelve en una atmósfera de calma sobrenatural.

Estas fotografías son parte de una serie que capturé durante uno de esos amaneceres en los que todo se alinea: la marea baja revela las caprichosas formas del flysch, y la niebla marina suaviza el paisaje como si fuera un velo. El tiempo parece detenerse entre las rocas, y solo queda el murmullo del mar deslizándose suavemente entre sus grietas.

Disfruto perdiéndome en estos momentos. Madrugar para llegar antes de que la luz lo invada todo, montar el trípode con las manos heladas, ajustar la exposición para captar esa textura sedosa en el agua… Son pequeñas ceremonias que forman parte del proceso y del placer de fotografiar.