La primavera en casa

La primavera en casa

La primavera llega sin hacer ruido, pero lo transforma todo. En el jardín de mi padre, cada rincón se llena de vida: los árboles frutales se despiertan con brotes de colores intensos, las flores se abren en silencio y las abejas empiezan su incansable labor, zumbando de flor en flor con precisión y dedicación. Observar este ciclo desde tan cerca —ver cómo unas simples flores anuncian el nacimiento de frutos, o cómo una abeja se detiene apenas un segundo sobre el romero— es un recordatorio de la belleza contenida en lo cotidiano. Cada detalle es una promesa de lo que vendrá, una celebración natural de la vida que sigue su curso.

Jueves Santo en El Barco de Ávila: El Valor de Mantener Viva una Tradición

Jueves Santo en El Barco de Ávila: El Valor de Mantener Viva una Tradición

El Jueves Santo en El Barco de Ávila volvió a llenar las calles de recogimiento, devoción y comunidad. Una vez más, los pasos salieron en procesión por el corazón del pueblo, acompañados por vecinos y visitantes que, entre rezos y silencios, rendían homenaje a una de nuestras tradiciones más sentidas. Las imágenes de la Virgen Dolorosa y de Jesús Nazareno recorrieron las estrechas calles adoquinadas, sostenidas con esfuerzo y orgullo por mujeres y hombres del pueblo.

Pero más allá del simbolismo religioso y la belleza estética del acto, hay una realidad que no podemos ignorar: cada año se hace más difícil encontrar personas dispuestas a cargar con los santos. No es solo cuestión de fuerza física, sino de compromiso y voluntad de mantener viva una costumbre que forma parte del alma de nuestro pueblo. Por eso, el agradecimiento a quienes siguen poniéndose bajo los varales es inmenso. Gracias a ellos, esta manifestación de fe y tradición no se pierde en el tiempo.

Las fotos que acompañan esta entrada no son solo testimonio del acto religioso, sino también un homenaje a todas esas personas anónimas que, con su esfuerzo, su fe y su entrega, hacen posible que la procesión siga adelante. Gracias a ellas, lo que podría quedar en el recuerdo sigue caminando, año tras año, por nuestras calles.

Ver a jóvenes, mayores y familias enteras participando —ya sea llevando el paso o acompañando en silencio— nos recuerda que estas tradiciones no son solo del pasado. Son parte del presente y, si sabemos cuidarlas, también del futuro.

Que nunca falten hombros que sostengan lo que representa tanto para todos.

Lofoten: un sueño de luz en pleno invierno

Lofoten: un sueño de luz en pleno invierno

Durante años, soñé con ver la aurora boreal en Lofoten. Era una de esas ilusiones que se va tejiendo despacio, entre imágenes de paisajes imposibles, relatos de otros viajeros y una necesidad casi visceral de experimentar esa magia por mí misma, a través de la fotografía. Y por fin, del 1 al 7 de febrero de 2025, ese sueño se hizo realidad.

Viajé a las islas Lofoten, en el norte de Noruega, junto a mi pareja. Lo hicimos de la mano del fotógrafo Javier Alonso Torre y su ayudante José López, en un grupo formado por otros nueve fotógrafos venidos de distintos rincones de España, e incluso de países tan lejanos como Argentina. Un grupo heterogéneo y entrañable que pronto se convirtió en una pequeña familia aventurera, unida por la pasión por la imagen y la naturaleza.

Lofoten nos recibió con todo lo que tenía: frío, nieve, viento… pero también con momentos de calma, de luz suave al atardecer, reflejos perfectos en lagos congelados y cielos despejados en las dos primeras noches, cuando pudimos contemplar —por fin— la ansiada aurora boreal.

Ver ese velo danzante de luz verde y púrpura sobre las montañas nevadas fue una de las experiencias más emocionantes que he vivido. La emoción era colectiva. Nadie decía nada, pero todos estábamos allí, cámara en mano, con los ojos y el corazón bien abiertos. Para muchos era la primera vez que la veían. Y el cielo nos regaló un espectáculo inolvidable.

A pesar de las inclemencias del tiempo, salimos a fotografiar cada día. Recorrimos los rincones más emblemáticos de Lofoten: Reine, Hamnøy, Flakstad, Uttakleiv, Haukland, Skagsanden… pero también descubrimos pequeñas joyas en rincones menos conocidos. Algunas escenas eran de postal, otras, pura melancolía nórdica: casas aisladas entre la niebla, árboles solitarios junto a un lago helado, iglesias que parecen sacadas de un cuento.

Cada lugar nos ofrecía un desafío fotográfico distinto, y a la vez, una conexión profunda con el entorno. Aprendimos a leer la luz y a soportar el frío, a encontrar belleza incluso en los días grises, y a respetar el ritmo pausado y salvaje de estas tierras del norte.

He querido reunir aquí una pequeña selección de las muchas imágenes que capté durante este viaje. No solo muestran paisajes, sino momentos vividos, emociones compartidas y la magia de un sueño cumplido. Espero que, al verlas, podáis sentir un poco de esa luz —a veces tenue, a veces deslumbrante— que nos acompañó durante esos días.

Lofoten fue, para mí, mucho más que un destino fotográfico. Fue un viaje al alma de la naturaleza, a la belleza del silencio y al calor de la camaradería en medio del frío. Un viaje que, sin duda, no olvidaré jamás.

Barrika – Amanecer entre rocas y niebla

Barrika: Amanecer entre rocas y niebla 

Cada invierno, la costa de Barrika se transforma en un escenario casi irreal. A finales de enero, cuando el frío aún se aferra al aire y el sol apenas comienza a asomar tímidamente por el horizonte, la playa se envuelve en una atmósfera de calma sobrenatural.

Estas fotografías son parte de una serie que capturé durante uno de esos amaneceres en los que todo se alinea: la marea baja revela las caprichosas formas del flysch, y la niebla marina suaviza el paisaje como si fuera un velo. El tiempo parece detenerse entre las rocas, y solo queda el murmullo del mar deslizándose suavemente entre sus grietas.

Disfruto perdiéndome en estos momentos. Madrugar para llegar antes de que la luz lo invada todo, montar el trípode con las manos heladas, ajustar la exposición para captar esa textura sedosa en el agua… Son pequeñas ceremonias que forman parte del proceso y del placer de fotografiar. 

Ara Malikian: la emoción desatada en el Kursaal de Donostia

Estar en primera fila frente a Ara Malikian es como asomarse al borde de un volcán en erupción de emociones, talento y luz. Aún me vibra el pecho al recordar el instante en que alzó su violín, con esa sonrisa suya que mezcla travesura y poesía, y dejó que la música nos atravesara sin pedir permiso.

Fui al concierto con mi hija adolescente y mi pareja, y no exagero si digo que vivimos una noche para el recuerdo. Ver la reacción de mi hija —mitad asombro, mitad admiración— mientras ese torbellino de rizos y energía danzaba sobre el escenario, fue quizás lo más hermoso. Porque Ara no sólo toca, sino que cuenta, ríe, provoca, se burla y abraza al público como si cada uno de nosotros fuera parte de su historia.

Y es que su historia, marcada por la huida de la guerra en el Líbano y por una vida dedicada a la música desde los cinco años, está impregnada en cada nota que brota de su violín. Hijo de familia armenia, Malikian ha recorrido el mundo, desde las más prestigiosas salas de concierto hasta los escenarios más insospechados, siempre con esa forma suya de transformar el virtuosismo en algo cercano, humano y profundamente emocional.

Entre bromas, saltos imposibles y momentos de profunda belleza, el Kursaal se llenó de algo más que música. Se llenó de vida. De esa vida que Ara lleva encima como un abrigo bordado de historia, humor y resistencia.

Salimos del Kursaal con los ojos brillando. No solo por lo que habíamos escuchado, sino por lo que habíamos sentido. Porque hay conciertos que se oyen, y hay otros —como este— que se viven.